Monday, August 7, 2023

Un Avatar llamado David Cassidy

 


Para aquellos responsables de crear, administrar y promover la imágen de David Cassidy, cuando éste era todavía aún un adolescente imberbe, David valía su peso en oro--multiplicado por mil. Por cien mil. Por un millón. Diez millones. Era una fuente de oro liquído inagotable. Tanto como lo era la codicia de quienes custodiaron su reputación del hombre perfecto e incorruptible durante varias décadas.

Hoy les cuento su historia...

El jovencísimo David Cassidy era hijo del actor de Broadway Jack Cassidy y su primera esposa, la también actriz Evelyn Ward. Ambos ausentes de la vida de este precioso muchachito de ojos avispados y carisma innato. David estaba, sin duda, predestinado a brillar con luz propia y la realidad es que como muchos niños de artistas norteamericanos de la post guerra, errantes y errados, recibió su verdadera educación de sus abuelos maternos. Tan ausentes estuvieron los padres de David de la vida de su hijo, que, en 1956, unos vecinos amigos de los abuelos, enteraron al niño que sus padres tenían ya dos años de haberse divorciado.

De los abuelos Ward, David recibió mucho cariño y apoyo y una formación religiosa estricta. El padre del cantante se vuelve a casar dando a David tres hermanos más, que, aunque con mucho menos repercusión, siguieron una carrera musical.

Después de pequeñas apariciones en series muy conocidas en los años 60, como fue el caso de Bonanza, en 1970 aparece el piloto de la serie que llevaría a David a la fama mundial: La Familia Partridge, donde curiosamente actuaría junto a Shirley Jones, su madrastra, siendo ésta la segunda esposa de su padre.

En la Familia Partridge se cuenta la historia de una mujer, que al haber quedado viuda, decide viajar junto a sus cinco hijos, haciendo conciertos musicales, alcanzando, en la serie un gran reconocimiento por parte de los jóvenes. El guión era absolutamente impecable, y aunque si ahondaban un poco en los problemas sociales de la época, nunca lo hicieron de una manera antipática y astringente. Al contrario, las presentaciones de la familia eran cándidas con canciones de ensueño en la voz de David, que era, sin duda un prodigio, tanto como vocalista como cantautor.

A pesar que la serie intentaba dar protagonismo a los hermanos y a la madre de igual manera, fueron los encantos físicos y la prodigiosa voz de David las que catapultaron a la Familia Partridge a una fama que ninguno llegó a entender--o asimilar.

El caso de David es el peor de todos.

Cuando David Cassidy acepta el rol de Keith Partridge, él tenía ya 20 años de edad. Su papel era el de un adolescente de 16 años, perfecto en todas las maneras. Atractivo. Buen hijo. Trabajador. Disciplinado. Un hermano ejemplar. Talentoso y modesto.

El chico fue el mejor pagado de la serie con un aproximado de $600 por episodio. Una cifra que podía parecer envidiable, pero era una absoluta miseria si se pudieran calcular con exactitud los millones que se recaudaron con la creación de la mercancía con la discografía con la banda sonora de la serie, posters, loncheras, revistas, apariciones televisivas, y un prodigioso etcétera.

En el centro de esta mercantilización estaba la sonrisa impecable de David Cassidy. El irresistible Keith.

La serie se rodó hasta el año de 1974, luego de cuatro años. Keith siempre tuvo 16 años. Era atemporal y siempre mantenía su inocencia, de acuerdo con las exigencias del guión.

Y ahí está la gran tragedia de este talentosísimo artista. No importaba su edad. Su desarrollo personal. Su capacidad histriónica, David era siempre Keith. El público adoraba esa imágen galvanizada del personaje con su corte de pelo asimétrico y su sonrisa encantadora.

Era natural--e imprescindible--que este chico tan carismático y dotado de dones casi fantásticas, tuviese una carrera en solitario. La fama era estratosférica. En un momento dado llegó a tener más éxito que Los Beatles. Conciertos llenos. Fans enloquecidas y apariciones televisivas que batieron records.

Pero aquel personaje que llegó a trabajar 18 horas siete días a la semana. Sin descanso y sin abandonar jamás el guión que se le ponía frente a sus ojos, fue siempre Keith Patridge. Contra viento y marea. Keith Partridge. Aún que tengas 30 años y te has divorciado dos veces. Keith Partridge. Aunque llevas esa vida escabrosa de fiestas y mujeres. Keith Partridge. Que eso es lo que les gusta a los padres de tus fans. Eres Keith Partridge. David no nos sirve de nada.

La década de los 80 no mermó en lo absoluto el ascenso de David Cassidy como cantante y actor, a pesar de la enorme competencia. Incluso mantuvo su nicho de fans casi intacto en los 90 aún con 40 años. Pero la hemeroteca de David Cassidy de estos años aún nos mostraba a Keith Partridge. El mismo aspecto aniñado. La misma estética. La misma esencia.

Quizá a esta prolongada presencia del eterno adoslescente la ayuda el hecho de que no existían ni redes sociales ni medios digitales. La industria del entretenimiento podía esculpir al artista alejando del público su vida privada y en el caso de David, sus continuos excesos.

David fue condenado a cadena perpetua a la prisión de cristal que era Keith Partridge. Sin posibilidad de una revisión. Sin posibilidad de nada. David fue aislándose de la realidad y quedó atrapado en los brazos de quienes controlaban su imágen pública.

Paradójicamsnte, este halo de misterio pudo haber prolongado su existencia. Pero llegó un momento en que su repertorio musical ya no era tan rentable y sus apariciones eran cuestionadas por lo deteriorada que estaba su voz y su aspecto en general.

Podrá parecer un cliché, pero, para David beber alcohol se convirtió en compañía, confidente y consuelo. Había probado las drogas y su vida íntima fue un desastre, habiendo tenido muchos encuentros fortuitos con mujeres que se le metían en su habitación de hotel para un encuentro sexual. Se casó y se divorció tres veces y por décadas estuvo alejado de su hija mayor Katie Cassidy, también una popular actriz, nacida en 1986. Afortundamente pudo reconciliarse con ella en sus últimos años.

En un intento de escaparse del San Quintín de su personaje, David confesó sus crímenes a medias. Sí era un alcohólico. Sí, vivía de ser un rehén de su rol de adolescente eterno. Era sólo un intento, pues siempre su necesidad de ganar dinero y pagar sus astronómicas deudas lo hacían entrar en la custodia de su pasado, pero la triste realidad es que llegó a hacer el ridículo en sus presentaciones. Sus fans lo vieron tambalearse en el escenario y llegó a hacer tan cínico que se inventó un diagnóstico completamente faslso de demencia para seguir bebiendo y blanquear su imágen deplorable.

La muerte fue su única libertad incondicional. Con su hígado y varios órganos deteriorados, y tan enfermo y tan débil como para sobrevivir un transplante, David Cassidy fue desconectado de un coma inducido, falleciendo en 21 de Noviembre del 2017. Tenía 67 años.

En su último suspiro pudieron oírsele las siguientes palabras: "Cuánto tiempo perdido..."

Desgraciadamnete vivimos en una sociedad que pareciera poner precio a todo lo que pueda convertirse en oro. La industria del entretenimiento está llena de alquimistas sin escrúpulos que lejos de cumplir las expectativas de los jóvenes que buscan vivir su sueño, los explotan para conseguirse ellos el camino al cielo y apoderarse de la mina de oro de quienes caen en sus trampas.

David cayó en esa trampa infernal hace más de 50 años. Y hoy, el tráfico mafioso de sueños juveniles es quizá más despiadado puesto que con los perfiles digitales, la industria más que maquiavélica del entretenimiento de las masas ha creado auténticos avatares orgánicos que amenazan con invadir las empobrecidas mentes de los adolescentes.

Es un círculo vicioso completamante. El joven aspirante a ser famoso se convierte en el esqueleto de un avatar que ha de alimentarse de un guión falso. El guión es cada vez más exigente. La autenticidad del ser humano es cada vez más degradada. Más disminuída. El valor está en el avatar. El avatar invade la consciencia del joven a través de su imagen. Los ingenieros de la mentira se llenan los bolsillos. El poder del avatar es tal que ha consumido el alma de aquél que ha poseído. El esqueleto se descarta. Es hora de crear uno nuevo. Sin más. Sin remordimiento. 

Lo más grave es que es a estos hologramas orgánicos que los padres más ausentes, indiferentes y despistados, permiten la educación y adoctrinamiento de nuestros niños. El artista cuanto más se vende y se expande la ilusión óptica que representa, más ciego está y más trágica es su caída por el barranco.

Para David Cassidy el despertar de su delirio fue imposible. Para otros artistas es impensable. La tentación de seguir ascendiendo es obsesiva. Para otros el despertar los ha precipitado en el abismo del olvido, pero al menos han salvado sus vidas.

Hoy en día la falta de escrúpulos de quienes controlan las masas no miden las consecuencias de sus actos. La fábrica de avatares orgánicos debe ser cebada con nuevas y párbulas almas. El artista es un muñeco de trapo. E incluso un brazo político que avanza las agendas ideológicas que comandan el mundo occidental.

Veremos a muchos David Cassidy caer en el infierno. Es inevitable. Quizá la lección que habremos de aprender para salvar a las nuevas generaciones que han sido convertidas en zombies, la encontraremos entre los escombros y el polvo de los cadáveres que esclavizaron su integridad para convertirse en esclavos de los inescrupulosos vendedores de ilusiones.

Cuida, tú que tienes hijos adolescentes. Ustedes que tienen nietos. Cuidemos lo que consumen visual y espiritualmente. Supervisa. Investiga. Pregunta. Cuestiona. Detén. Resiste. Protege. 

Con ello salvamos dos vidas. La de nuestros seres queridos y la del pobre Icaro que persiguiendo a una estrella es devorado casi de inmediato por su fuego.


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