Monday, September 18, 2023

La Democracia: Agonía y Extasis

 


Recuerdo el énfasis que dábamos en el colegio al estudio de la palabra "democracia." Memorizábamos su etimología con verdadera fascinación y repetíamos que la palabra se originaba del griego: "demos" que se traduce como personas y "kratos" que significa gobierno. Era una pregunta de rigor en todos los exámenes. Se hablaba de democracia, tanto en las clases de historia como en las clases de cívica, durante todos los 11 años de estudios primarios y secundarios.
"Democracia" era una palabra sacro-santa e incólume. Nos llenaba de orgullo saber que Venezuela era un país demócrata. Los años de dictadura estaban ya muy lejanos en los años ochenta que corresponden a la formación académica de mi generación.

En mi época la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez recuerdo que salía en algún comentario suelto cuando íbamos por alguna autopista que había sido construida por el régimen o cuando vimos la exitosa telenovela de Julio César Mármol, "Estefanía" con Pierina España y José Luis Rodríguez "El Puma."
Dependía a quién se le preguntara, los ocho años de dictadura de Pérez Jiménez habían sido maravillosos y tranquilos o una verdadera tortura y una vergonzosa calamidad.

La democracia se celebraba en cada fecha patria. Y nosotros, que éramos muy niños, no podíamos más que creernos esa narrativa ilustre.

La década de los ochenta fue pasando y muchos nos dimos cuenta de que esa bendita democracia, que para tantos era una especia de vestal consagrada, se volvió de a poco una vulgar meretriz pisoteada por todos. En lo personal lo viví con la llegada del presidente Jaime Lusinchi y ya con el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Acababa de comenzar yo el 4.º año de bachillerato cuando explotó "El Caracazo" que nos tuvo encerrados sin clase por casi dos semanas.

En el año de 1990 salimos de Venezuela con un hartazgo a tope de la calidad de vida de Caracas, los atracos, y un largo y penoso etcétera. Estados Unidos fue nuestro destino, un país que adorábamos a distancia y donde tuvimos el privilegio de vivir extraordinarias vacaciones.

La democracia en los Estados Unidos era un pilar fundamental de la que había sido la nación más poderosa del planeta, no solo del hemisferio occidental. No, no, el planeta.

De hecho, la República de Norteamérica de mano de sus padres y genios fundadores ya nace como una democracia. Esta nación no conoce una dictadura en sus ya 247 años recién cumplidos. En Estados Unidos, la Constitución es la Ley. Con mayúsculas. Impepinable. El norteamericano siente una pasión por su historia y por sus orígenes.

O debería decir... sentía.

En la universidad tuve la oportunidad de estudiar Ciencias Políticas y supe desde entonces, y de esto hace ya casi 30 años, que en el mundo que nos estaba tocando vivir teníamos que entender de política.

Y nada más cierto.

La política, hoy por hoy, se aplica para todo y en todo, desde el núcleo familiar, las relaciones de trabajo y por supuesto, sus efectos en la forma en que nos estamos dejando gobernar en esta actual democracia "sui generis" que se nos está desvelando de a poco.

El naufragio de la democracia como sistema político podría tener décadas enteras, pero, como es obvio, hemos estado anestesiados o de plano engañados, por las personas que dijeron que velarían por nuestros intereses.

En un sistema político que se define como el gobierno del pueblo, eso es máxima traición. Pero lejos de exigir cambios y de parar en seco a quienes están dañándonos y empobreciéndonos, lo que hacemos es seguir dejándonos engañar. ¿Por qué?

La llegada de las redes sociales y el desbarajuste de nuestros valores judeo-cristianos han redefinido la política. De eso que no quepa la menor duda. La juventud tiene, en muchos casos, traspapelados sus ideales y lo que antes eran anatemas en una sociedad sana y bien fundamentada, ahora son la agenda máxima de los políticos. Tenemos, por ejemplo, el feminismo radical o los derechos LGTB o el aborto. Esto necesita su propio análisis.

Volviendo a la democracia...

Si prestamos atención a las tertulias políticas y a incontables análisis de Youtubers y usuarios de X (Twitter) verán repetidísimas veces la frase "hemos perdido la fe en la democracia." Fíjense y verán.

Vaya por delante qué fe, como tal, solo ha de tenerse en Dios. La palabra correcta sería "confianza." No confiamos en la democracia. Hemos dejado de comprenderla o es que, tal vez, se ha reformulado, y lo que hoy por hoy llamaos democracia es una tiranía encubierta.

Veamos...

Como ya dicho, la democracia en los Estados Unidos viene de nacimiento. Antes de la fundación de la república, América del Norte eran un puñado de provincias controladas por la Corona Inglesa.

¿Pero podríamos decir lo mismo de América Latina y de Europa?
Hay una realidad que creo que muy pocos hemos tomado en cuenta. Tanto el ADN hispanoamericano como el ADN europeo, por más que haya habido una evolución histórica, tiene muy bien grabados siglos enteros de dictaduras o monarquías absolutistas. Por ejemplo, antes de la conquista de Hernán Cortés, la hoy república mexicana tenía un régimen, no solamente absolutista, sino abominablemente sangriento y aterrador como el azteca. Esto va para los acomplejaditos que quieren que España pida perdón por la Conquista.

Otro ejemplo...Rusia. El ruso tiene una adoración nata por los zares. Esa historia, sobre todo con ese fin tan trágico, está clavada en el alma rusa por siempre. Vladimir Putin es un zar en toda regla, aunque no ostente el título de zar como tal.

¿En Venezuela, alguien de verdad piensa que nuestro Libertador, Simón Bolívar, como político, era un demócrata? No. Era un dictador al cien por cien.

Europa, hasta hace menos de ochenta años, que históricamente es como decir "ayer," vivió la brutal dictadura de Adolf Hitler y su Tercer Reich. Hasta "ayer" una buena parte de Europa estaba presa detrás de la cortina de hierro (que luego resultó de humo) de la Unión Soviética.

Haciendo este inciso, podemos entender que no ha sido nada fácil ni, por un lado, implementar regímenes completamente democráticos, ni, por otro lado, entenderlos y defenderlos. Conocemos lo básico, como podría ser el voto. Pero siendo una sociedad tan infinitamente debilitada y hasta ignorante. El derecho al voto lo hacemos mal. Ergo, nos están gobernando imbéciles.

Ya decía Platón: Uno de los castigos por rehusarte a participar en política, es que terminarás siendo gobernado por hombres inferiores a ti."

En mi opinión, hay dos factores que han contribuido a la degeneración, tanto en su concepto como en la práctica, de la ya mentada y maltrecha democracia.

La primera.

Las redes sociales. La revolución tecnológica de la llegada de foros abiertos donde cada usuario tiene la palabra cada día a cada instante, lo cual ya, de por sí, definiría a la democracia inequívocamente, se ha vuelto un instrumento para destrozarla. Es una herramienta perfecta de manipulación de masas y, como se ha podido ver en los últimos años, una fuente de censura y de coerción a la libertad de expresión.
De igual manera, el mal uso de las redes sociales ha creado monstruos políticos que entre hashtags y "selfies" han avivado las llamas del populismo, alimentando, de este modo, lo que muchos conocemos como el Socialismo del siglo XXI. Y si bien, el nuevo socialismo tiene muchísimas variantes que no vamos a nombrar ahora, casi se puede decir que hubiese sido casi imposible de implementar sin la llegada de las redes sociales y YouTube.

La segunda.

La política se ha convertido en un negocio. En nuestras sociedades capitalistas, no se derrocha ninguna oportunidad de rentabilizar. La política es el nuevo "El Dorado." De aquí que de pronto cualquier "hijo de vecino" inepto, pero ambicioso, se enchufa en algún partido político. Para lo que sea.

En una democracia, cabe destacar, el sueldo de estos inútiles, lo pagamos nosotros.
Dentro del negocio tenemos que incluir, sin ninguna duda, las agendas ideológicas y las fortunas que su aplicación y difusión generan en los bolsillos de los políticos que gustosamente las adoptan. La política de hoy la controlan las agendas de turno. Las agendas de turno crean a los políticos. Los políticos enajenados con el poder se rehúsan a abandonarlo. La eternización de este poder los hace pisotear y violar a la Constitución. Esta violación constante y sonante es el fin de la democracia.

¿Ahora si lo entendemos?

A cuenta gotas (ojalá el proceso fuese más agresivo y más unánime) nosotros, el pueblo, los ciudadanos, nos hemos vuelto más incrédulos y decepcionados de la democracia, que alguna vez vimos como nuestro presente político indestructible y perfecto.

¿Qué podemos hacer? ¿Qué nos toca hacer?

Primero que nada, despertar. Tomar consciencia de que, como dijo Platón, la indiferencia que tenemos día a día con todo el proceso político y social de nuestra nación (pongamos aquí cualquier país occidental) son los factores que hoy por hoy hemos tenido que lamentar y sufrir. Por lo tanto, es imprescindible estudiar la situación política actual--en todas partes. Y tomar esa educación por nuestra cuenta. Despertar el interés por conocer diferentes narrativas y rechazar cualquier propuesta que se nos quiera dar por los medios convencionales.

Segundo, y esto va para todos, dejar de pensar en política como izquierdas o derechas. Las marramucias las están cometiendo todos contra todos nosotros. Como ha dicho recientemente el periodista español Federico Jiménez Losantos, la política de izquierdas se enfoca mayoritariamente en ideologías. La política de derechas, en valores. Esto es muy cierto, como base, pero bien que vemos a los unos y a los otros venderse sin rubor, a las diferentes agendas.

Tercero. Aprender los principios básicos (y avanzados) del uso de la propaganda. Esto aplica a los discursos políticos, a los medios de comunicación y al negocio del entretenimiento. Estamos bombardeados por propaganda. No se salva nadie. Ni siquiera (o quizá principalmente) los niños. Si sabemos detectar tanto lo aparentemente subliminal como lo más descarado de la batalla cultural, seremos vencedores. Hay que estudiar la propaganda.

Cuarto. Paciencia y perseverancia. Los tentáculos que actualmente aprisionan la política y la ideología colectiva del mundo tienen que ser destruidos, pero, muy lamentablemente, no existe actualmente ni un partido político y/o un personaje capaz de revertir el daño en su totalidad. Para los que somos de derechas, vemos con mucha preocupación la idolatría del vulgo (y sobre todo) los más jóvenes, a personajes tan nefastos como un JavierMilei en Argentina, el vomitivo neo-falangismo que ha resultado apoyar Vox, alguna vez liberal conservador, o la inminente llegada al poder en Alemania de un partido como "Alternativa para Alemania." Es decir, hay una obvia ola de radicalismo, que si bien va contraria a muchas de las políticas de izquierda y progresistas que padecemos, también traen sus bemoles y pueden ser contraproducentes. A estos también hay que declararles la guerra.

Quinto. Crear consciencia. Una vez captada esta nueva manera de hacer política, allí sí toca enorgullecernos de que somos una democracia. Y empezar a contra atacar con la más sólida e irrefutable verdad. Esa verdad que sabemos en nuestro corazón es inmutable e infalible.

No podemos asegurar que el mundo tenga ganas de seguir dando votos de confianza a un régimen tan vapuleado y que se ha vuelto débil. Pero como en todo lo que queremos que cambie, la primera piedra contra el mal la lanzamos nosotros. Lo que tenemos que hacer sin miramientos es tener puntería.

Yo propongo, sí, una democracia, que devuelva su “santidad” a una Constitución. Que sea devoto de un Orden Divino, que estructure la ley y el orden (ojo que no me refiero a un régimen teocrático, si no de una estructura que se acople a nuestros bien ponderados y necesarios principios judeo-cristianos) y que respete a rajatabla la necesidad de libertad de expresión que tenemos como ciudadanos. Recordar que lo único soberano en una democracia es el pueblo y su voz a los más altos decibeles posibles.


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